lunes, 14 de marzo de 2011

Más reflexiones cuaresmales


La Cuaresma es un 'misterio': el camino de Jesús,
que nos conduce a participar en su Pascua.

ALGUNAS PREMISAS

Existe el peligro de concebir la Cua­resma principalmente en un sentido subjetivo, es decir, como un tiempo de grandes catequesis o de prácti­cas ascéticas o de compromiso cari­tativo, un período en el que 'noso­tros' nos damos más a las `cosas de Dios'. Ciertamente la Cuaresma es también esto, pero no es una obra nuestra, no es una búsqueda nuestra de Dios, un acercarnos nosotros a Dios, un ‘hacer penitencia’ nosotros, un caminar nosotros...; no es una ini­ciativa nuestra.

El verdadero y prin­cipal actor es Jesús, que nos implica en su itinerario de regreso al Padre. La Cuaresma es un ‘misterio’: el ca­mino de Jesús, que nos conduce a participar en su Pascua.

Se sigue de ello que la Cuaresma no se reduce a un camino individual; tie­ne como sujeto todo un pueblo que se pone en seguimiento de Jesús y revive su experiencia. La Cuaresma es vivida "juntos", en solidaridad pro­funda con Cristo y con los demás: juntos escuchamos, juntos nos reco­nocemos pecadores, juntos y mutua­mente nos reconciliamos. La Cuares­ma es, por lo tanto, dejarnos llevar por el Espíritu con Jesús al desierto vivir con El de la Palabra, con El ven­cer las tentaciones antiguas de Adán y del pueblo en el desierto, caminar con El en el camino de la obediencia al Padre, hacer Pascua.

REEXPRESAR Y ACTUALIZAR LAS PRÁCTICAS CUARES­MALES

Al hablar de la Cuaresma, los auto­res recurren a las categorías tradicio­nales del desierto, del ayuno, de la oración, de la limosna o de las otras iniciativas de caridad. ¿Cómo reex­presarlas para el hombre de hoy sin traicionar su significado profundo? No es fácil. Ofrezco algunas ideas esquemáticas que cada uno puede ampliar y ejemplificar.

Cuaresma, tiempo para hacer el va­cío
y descubrir lo que es esencial,
aprender a escuchar (el desierto)

El desierto es el lugar en que se está "desterrado" fuera de

la ciudad, es el lugar del vacío de las cosas, del si­lencio que sólo rompe el murmullo del viento, del vivir de lo esencial. En el desierto se privilegia la dimensión de la escucha por encima de la del hablar.
                                                                                                   
Hoy vivimos inmersos en un conti­nuo bombardeo de mensajes: de la publicidad, de los noticieros...; esta­mos como sepultados en informacio­nes (también religiosas para algunos). Consecuentemente, corremos el ries­go de estar saciados hasta la náusea, de ser de aquéllos que son "remolca­dos", de la gente que se cree libre y en cambio es arrastrada por la co­rriente de lo que se dice o se esceni­fica. Nuestras respuestas son super­ficiales, no vienen de lo profundo y no llevan el sello de nuestra verda­dera personalidad. Hay necesidad de "liberar el estómago" —el corazón y la mente— de este fardo, de hacer el vacío, de llegar a ser capaces de se­leccionar los mensajes, de escuchar verdaderamente, de meditar y poder vivir una vida dignamente humana.

Vivir el desierto de la Cuaresma quie­re decir:

hacer hoy un vacío y preguntarse: ¿de qué estoy lleno?, ¿qué cosa tiene peso en mi mente, en mi corazón...?;         

hacer hoy silencio: no es lo mis­mo que hacer el vacío, sino crear el clima de espera, tener la capacidad de presentir una presencia que antes, en el ruido, no era advertida;

abrirse a la escucha, hacerse aten­tos para captar la verdad de las co­sas, de las relaciones...;

descubrir lo que verdaderamente vale y apostar todo a ello.

Cuaresma Tiempo para decir basta
a lo que no vale (el ayuno)                                                                 

Tenemos tantas cosas y una infini­dad de posibilidades; acabamos por centrarnos en todas hasta estimarlas a todas como igualmente necesarias; los deseos se acumulan creando una latente insatisfacción. Ya no somos capaces de prescindir de nuestro pe­riódico, del noticiero de la televisión, de los y ropa de "firma" del fin de semana en la discoteca... Jesús nos enseña que incluso la co­mida misma no es necesaria: hay algo que vale más y por lo que se deja todo esto. La Cuaresma es el tiempo para descubrir lo que más vale y, conse­cuentemente, "ayunar", es decir, dejar de lado lo que no tiene valor,o vale poco, o es nocivo (el pe­cado).
Ejemplificando:

– entre las cosas que valen más está el escuchar. Escucharnos dentro de la pareja, en la familia: en este caso "ayunar" quiere decir dejar de lado lo que nos impida u obstaculice la escucha;

– no tenemos nunca tiempo para leer la Biblia,
no escuchamos lo que el Señor nos quiere decir.
Ayunar que­rrá decir regular nuestro tiempo (re­nunciando a una película, a un parti­do...) para ponernos a la escucha del Señor que nos habla;

– nos preocupamos por tener esto o aquello y nos olvidamos de que hay más alegría en el dar que en el recibir. Ayunar será para nosotros pasar del acumular al condiidir.

Tiempo para "ponerse en forma"
(la penitencia)

A la larga perdemos costumbres bue­nas y adquirimos otras malas o me­nos buenas. Hacemos las cosas por costumbre y con cansancio. Las vir­tudes —las grandes "habilidades" del cristiano—              se atrofian por falta de ejercicio. Dejamos de luchar contra nuestros defectos y sobre todo con­tra lo que parezca transgresión a la Ley del Señor. Acabamos por alejarnos de Dios...

Hacer penitencia significa entonces

– ante todo, tomar conciencia, a la luz de la Palabra de Dios, de nuestra situación, y comprender, movidos por el Espíritu Santo, que estamos equivocados y debemos "corregir la puntería" (el pecado es "fallar el blanco");

"ejercitarse" en centrar nuevamen­te nuestra vida en Dios y en el prójimo y así reconstruirnos a nosotros mismos según el modelo de Cristo;

recomenzar a vivir más intensa­mente, liberándonos de todo lo que impide nuestro crecimiento espiritual. Hacer penitencia comporta en con­secuencia un momento negativo de purificación de la mente y del actuar, y uno positivo de reedificación de nosotros mismos, dejándonos guiar por el Espíritu y por sus dones.

Tiempo para volver a casa
(la ora­ción)

Tenemos poco tiempo para estar con nosotros mismos, para estar con Dios. Tantos factores nos llevan a "vivir fuera" y acabamos por tener miedo a entrar en nosotros mismos. Las varias prácticas de piedad y la oración misma corren el riesgo tal vez de ser expresiones de acciones exteriores.

Al inicio de la Cuaresma —el miér­coles de Ceniza— Jesús nos invita a "volver a casa", a nosotros mismos, y recuperar la intimidad con Dios y con nosotros mismos.   Tal vez, sumer­gidos como estamos en actividades frenéticas y preocupados por mil ta­reas apremiantes, no nos damos
cuen­ta de la importancia de esta "vuelta a casa", donde el Huésped está en es­pera. Y así, sólo recuperando el diá­logo con Dios, nos reencontraremos a nosotros mismos y el valor auténti­co de las cosas que hacemos.

La Cuaresma es, por tanto, el tiempo en que nosotros podemos reencontrar los espacios para la escucha y para la oración.

Tiempo para aprender a no vivir para sí
sino para los demás (la li­mosna, la caridad).

Estamos continuamente tentados de pensar en obrar en función de noso­tros mismos, "autocentrados": las exigencias de los otros nos tocan marginalmente.
La limosna es un pequeño signo de que las exigencias del otro entran a formar parte de nues­tro horizonte.
La Cuaresma es el tiempo en que estas exigencias del otro, o, más sintéticamente, "el otro" entra a nuestro horizonte para que nosotros nos descentremos, para que nosotros hagamos de él el centro de nuestro obrar.

Puede parecer una de­rrota o una sujeción, pero en reali­dad esta revolución acaba por ser la victoria sobre nosotros mismos y la recuperación de la verdadera libertad.

El ayuno, del que hemos hablado más arriba, no es un fin en sí mismo, sino que lleva a interesarse en el otro, nace y está motivado por el amor del otro.

            RE-EXPRESAR LA CUARESMA                       SIGUIENDO EL LECCIONARIO
Las prácticas de la Cuaresma están inspiradas en la palabra de Dios y son fruto de ella. Todo tiene su origen en la decisión de escuchar lo que el Se­ñor quiere de nosotros. Como primera cosa, no nos dice qué cosa hacer, sino que dice qué cosa hizo y hace El por nosotros.

Re-expresar la historia de la salva­ción
para llegar a ser participantes de ella

La historia que el Señor nos cuenta parte de los inicios y, en grandes eta­pas, nos lleva a la muerte y resurrec­ción de Jesús. El nos revela que la infelicidad del hombre, su caducidad y, en general, lo que llamamos "mal" tienen su origen en el rechazo de Dios por parte del hombre (Gén 2, 7-9; 3, 1-7: Domingo1), un rechazo que si­gue presentándose a lo largo de la historia e infecta toda la vida del hombre.
Dios no se da por vencido y continúa obrando para purificar el corazón del hombre y reestablecer las relaciones con él. Son signos de ello la vocación de Abraham (Gén 12, 1-4:11 Domin­go 2), todas las intervenciones del Éxo­do (Ex 17, 3-7: III Domingo 3), la elec­ción de David (1 Re 16, 1-13: Do­mingo 4). Cuando todas estas interven­ciones parece que no alcanzan su ob­jetivo, Dios promete por medio de los profetas una acción más incisiva que penetra los corazones: "Les infundiré mi Espíritu y revivirán" (Ez 37, 12­14: Domingo 5). La noche de Pascua Dios nos hace presente toda la histo­ria de la salvación y nos hace ver cómo ésta encuentra su cumplimiento en el paso que Jesús hace de este inundo al Padre. En El, los que creen retornan a Dios, a la vida.
Esta historia de la salvación no es una simple narración en sí misma; es na­rrada para que nos hagamos partíci­pes de ella también nosotros hoy.
Al­gunos signos —los sacramentos— tie­nen la finalidad de introducirnos en esta historia, a fin de que también no­sotros nos convirtamos en actores de ella con Jesús, por obra del Espíritu Santo. Entre todos los signos, el pri­mero y fundamental es el Bautismo.
Re-expresar el Bautismo

Si, movidos por el Espíritu, nos po­nemos en seguimiento de Jesús, re­cibimos su mismo Bautismo. Entra­mos con El al desierto, aprendemos a vivir de la palabra de Dios, llega‑
mos a renunciar a Satanás y a sus obras y a escoger decididamente el obedecer sólo a Dios (Mt 4, 1-11): Domingo 1).

El Padre nos hace entrever la meta final del camino bautismal: aceptan­do pasar a través de la muerte de Je­sús, somos "transfigurados", somos hechos hijos de Dios (Mt 17, 1-9: Domingo 2).

En el Bautismo el Padre:

– viene al encuentro de esa sed pro­funda que a menudo no sabemos te­ner; en el pozo de Cristo nos quita la sed, tanto que no tenemos ya necesi­dad de ir a otros pozos; más aún, hace brotar en nosotros una fuente capaz de dar vida eterna (Jn 4, 5-42: Domingo 3);

– nos libera de una congénita cegue­ra, haciéndonos lavar en la piscina del Enviado-Jesús; nos hace el don de los ojos penetrantes de la fe para descu­brir a Jesús, el Salvador (Jn 9, 1-41: Domingo 4);

– nos hace salir de toda "situación de putrefacción" y nos desata de todo lazo de muerte y nos hace reconocer sin ninguna duda que Jesús es la Re­surrección y la Vida (.In 11, 1-45:  Domingo 5);


RE-EXPRESAR LA CUARESMA SIGUIENDO EL MISAL:
el tiempo hecho precisamente para nosotros

De las diversas oraciones y sobre todo de los prefacios del Misal emer­ge el sentido profundo de la Cuares­ma. Al presentar la Cuaresma es útil hacer referencia a todo este material eucológico, porque es repetidamen­te utilizado en la celebración.

Presento algunas sugerencias, que deberán ser ampliadas.
Cuaresma, tiempo de renovación
Liberemos la primavera,
dejemos brotar la novedad:

Porque misericordiosamente estable­ciste
este tiempo especial de gracia
para que tus hijos busquen de nuevo
la pureza del corazón
y así, libres de todo afecto desorde­nado,
de tal manera se apliquen
a las realidades transitorias,
que más bien pongan su corazón
en las que duran para siempre (Prefacio Cuaresma II).

Tiempo para aprender a vivir en serio,
en todas sus dimensiones, de presente y de futuro,
de terreno y de celestial;

— tiempo para quitar todo lo que impide el llegar de la primavera y el brotar de la vida: el pecado en todas sus formas;

— tiempo para poner la propia vida en la justa dirección (revisión del... "motor", de lo que mueve mi vida, conversión);

— sólo quien aprende a vivir plena­mente puede ser el hombre de Pascua.

Cuaresma, tiempo de preparar la alegría
Liberemos la alegría:

Por El concedes a tus hijos anhelar, año tras año,
con el gozo de habernos purificado,
la solemnidad de la Pascua,
para que dedicados con mayor en­trega
a la alabanza divina y al amor fra­terno,
por la celebración de los misterios
que nos dieron nueva vida, lleguemos a ser
con plenitud hijos de Dios (Prefacio Cuaresma I).

No queremos una "vida a medias",
sino una "vida plena"; el signo es la alegría de vivir;

— la alegría nace de la purificación, de la oración
y de la caridad.

Cuaresma, tiempo de caridad
Liberemos el amor:
Porque has querido que
en nuestras privaciones volun­tarias
encontremos un motivo para bende­cirte,
ya que nos ayudan a refrenar nuestras pasiones desordenadas y, al darnos ocasión de compartir nuestros bienes con los necesitados, nos hacen imitadores de tu generosi­dad (Prefacio Cuaresma III)

Tiempo para dar gracias a Dios, con una caridad fruto de la victoria sobre el egoísmo;

— tiempo de la atención y de la dis­ponibilidad hacia los demás;

— tiempo de parecerse a la bondad del Señor.

Cuaresma, tiempo para hacerse li­bres, dueños de sí
Liberemos todas nuestras energías

Porque con el ayuno corporal, refrenas nuestras pasiones, elevas nuestro espíritu,
nos fortaleces y recompensas (Prefacio Cuaresma IV).

Tiempo de ayuno para hacernos dueños de nosotros mismos, para li­berarnos de todo condicionamiento, para liberar el espíritu;
— tiempo del hombre que tiene una espina dorsal, que es fuerte, que sabe luchar.

Cuaresma, tiempo de desierto con Jesús
Liberémonos de lo que nos bloquea,
entremos al misterio.
Sigamos a Je­sús al desierto:

Porque Cristo nuestro Señor,
al abstenerse durante cuarenta días
de tomar alimento,
inauguró la práctica de nuestra peni­tencia cuaresmal
y, al rechazar las tentaciones del enemigo,
nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado;
de este modo, celebrando con since­ridad
el misterio de esta Pascua,
podremos pasar un día a la Pascua que no acaba (Prefacio Cuaresma I).

Tiempo de "estar en Jesús" y vivir de la `Palabra";

— tiempo de las "grandes manio­bras", de la gran lucha con Jesús para vencer al gran adversario.

Gianfranco Venturi, Rivista di Pastorale Liturgica 312

0 comentarios:

Publicar un comentario

Twitter Delicious Facebook Digg Stumbleupon Favorites More

 
Design by Free WordPress Themes | Bloggerized by Lasantha - Premium Blogger Themes | Best CD Rates