Texto
completo de la primera homilía del Papa Francisco
En
estas tres Lecturas veo algo en común: el movimiento. En la Primera Lectura el
movimiento es el camino; en la segunda Lectura, el movimiento está en la
edificación de la Iglesia; en la tercera, en el Evangelio, el movimiento está
en la confesión. Caminar, edificar, confesar.
Caminar.
Casa de Jacob: “Vengan, caminemos en la luz del Señor”. Esta es la primera cosa
que Dios dijo a Abraham : “Camina en mi presencia y sé irreprensible”. Caminar:
nuestra vida es un camino. Cuando nos detenemos, la cosa no funciona. Caminar
siempre, en presencia al Señor, a la luz del Señor, tratando de vivir con aquel
carácter irreprensible que Dios pide a Abraham, en su promesa.
Edificar.
Edificar la Iglesia, se habla de piedras: las piedras tienen consistencia; las
piedras vivas, piedras ungidas por el Espíritu Santo. Edificar la Iglesia, la
esposa de Cristo, sobre aquella piedra angular que el mismo Señor, y con otro
movimiento de nuestra vida, edificar.
Tercero,
confesar. Podemos caminar todo lo que queramos, podemos edificar tantas cosas,
pero si no confesamos a Jesucristo, la cosa no funciona. Nos convertiríamos en
una ONG (Organización No Gubernamental) de piedad, pero no en la Iglesia,
esposa del Señor. Cuando no caminamos, nos detenemos. Cuando no se construye
sobre la piedra ¿qué cosa sucede? Pasa aquello que sucede a los niños en la
playa cuando construyen castillos de arena, todo se desmorona, no tiene
consistencia. Cuando no se confesa a Jesucristo, me viene la frase de León Bloy
“Quien no reza al Señor, reza al diablo”. Cuando no se confiesa a Jesucristo,
se confiesa la mundanidad del diablo, la mundanidad del demonio.
Caminar,
edificar-construir, confesar. Pero la cosa no es así de fácil, porque en el
caminar, en el construir, en el confesar a veces hay sacudidas, hay movimiento
que no es justamente del camino: es movimiento que nos echa para atrás.
Este
Evangelio continúa con una situación especial. El mismo Pedro que ha confesado
a Jesucristo, le dice: “Tú eres Cristo, el Hijo del Dios vivo. Yo te sigo, pero
no hablemos de Cruz. Esto no cuenta”. “Te sigo con otras posibilidades, sin la
Cruz”. Cuando caminamos sin la Cruz, cuando edificamos sin la Cruz y cuando
confesamos un Cristo sin Cruz, no somos Discípulos del Señor: somos mundanos,
somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor.
Quisiera
que todos, luego de estos días de gracia, tengamos el coraje – precisamente el
coraje – de caminar en presencia del Señor, con la Cruz del Señor; de edificar
la Iglesia sobre la sangre del Señor, que ha sido derramada sobre la Cruz; y de
confesar la única gloria, Cristo Crucificado. Y así la Iglesia irá adelante.
Deseo
que el Espíritu Santo, la oración de la Virgen, nuestra Madre, conceda a todos
nosotros esta gracia: caminar, edificar, confesar Jesucristo. Así sea.
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