martes, 14 de julio de 2015

LA AVENTURA DE JESÚS


La aventura de Jesús

Hno. Jesús Ma. Bezunartea

 

En el tema anterior he hecho referencia a las bienaventuranzas, una especie de código de felicidad según algunos, con el que Jesús inicia su primer discurso evangélico, el discurso del monte. En la actualidad ese cerrito donde Jesús las habría proclamado se llama el Monte de las Bienaventuranzas.

 

Yo diría que más que un código de felicidad es un código de vida; siendo coherentes así con el principio que he establecido en el primer tema de que el cristianismo es una forma de vida. Un código de vida en el que nos propone ocho experiencias en las que el discípulo de Jesús puede experimentar que la vida merece la pena tal como él nos la propone, tal como él la vive. Y creo que es importante ver este código bajo el punto de vista de experiencias de vida; de una vida que se da normalmente, que no es necesario buscarla, que no es necesario programarla. Y, además, una serie de experiencias que no agotan todas las de nuestra vida humana ni de creyentes.

 

Para entender lo normal y lo excelente de lo que Jesús nos enseña quiero recordar que Jesús vino a nuestro mundo encarnándose en una realidad histórica, cultural y humana como la de cada uno de nosotros. Pero lo que hace que una experiencia normal sea una experiencia excelente es que la vive en comunión con el plan de Dios, que todo lo hizo bueno y lo puso a nuestro alcance para el bien de todos, de forma que no haya experiencias en nuestra vida privadas de esa bondad o que impidan que todo el bien que sembró a manos llenas en nuestro mundo y en nuestra historia sea una realidad.

 

Para poner de relieve que se trata de experiencias de vida en las que nos podemos sentir realizados según el plan admirable de Dios, nos referimos a ellas como aventuras, que nos retan a vivir con valentía y con fe, porque Dios todo lo hizo bueno. Por ello la aventura de Jesús es vivir toda experiencia de vida humana gozando de la bondad que Dios ha puesto en cada cosa, en cada creatura, en cada circunstancia.

 

Por ejemplo, si Jesús dice que son “bienaventurados los pobres de espíritu”, es porque, al no estar apegados a ninguna cosa, persona o circunstancia de esta vida humana, ellos pueden recibir en su vida la riqueza del Reino de los cielos: “Porque el reino de los cielos es justicia, paz y gozo en el Señor” (Rm 14, 17). Al no estar apegados están dispuestos a compartir, a ser solidarios con los vecinos, con los amigos, con quien ven en necesidad. Y precisamente esa expresión, misteriosa y contradictoria para muchos, significa, estar desapegados de todo, desprendidos, libres, con el simple uso y usufructo de las cosas y de la vida, porque el dueño y señor de todo es Dios. Cuando el ser humano no entiende esta aventura, trata de apropiarse, de acaparar, de tener más y más, y, al mismo tiempo que priva a otros de esos bienes, él tiene que preocuparse por que nadie se los quite y mira a los demás como enemigos, como ajenos, de quienes se tiene que defender. ¿Te has fijado que las casas de los pobres no tienen timbre ni campana, están abiertas, no tienen bardas o si las tienen no estás electrificadas? No tienen guardias de seguridad, ni perros peligrosos, ni alarmas.

 

La aventura de los pobres de espíritu como Jesús de Nazareth no es una aventura de miserables, que no tienen que comer. No sabemos que Jesús pasara hambre. Incluso uno de los doce tenía la bolsa para los gastos de cada día, y había algunas mujeres bienhechoras que les atendían en sus necesidades materiales (Lc 8, 1-3).

 

Él nos explicó todo esto en este mismo discurso al decir:No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón.  Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos?¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe! No se inquieten entonces, diciendo: ¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos? Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción” (Mt 6, 19-34).

 

La pobreza de espíritu no está en la carencia de bienes o de dinero sino en el desapego de lo mucho o poco que se posee. La aventura de Jesús es vivir como peregrinos en este mundo, que van ligeros de equipaje. Por ello, la invitación que hace a quienes van a ser sus discípulos la expresa frecuentemente con las palabras: “Ven y sígueme”. Y en el evangelio de Lucas le dice a uno que quiere seguirle: “El hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza”, es decir, no tiene seguridad humana, su seguridad, su corazón está en Dios, porque “donde está tu tesoro allí está tu corazón”.

El apóstol Pablo expresará este pensamiento de forma en cierto modo más radical al escribir a los Corintios: “Lo que quiero decir, hermanos, es esto: queda poco tiempo. Mientras tanto, los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no lloraran; lso que se alegran, como si no se alegraran; los que compran, como si no poseyeran nada; los que disfrutan del mundo, como si no disfrutaran. Porque la apariencia de este mundo es pasajera. Yo quiero que ustedes vivan sin inquietudes” I Cor 7, 29-32.

El dicho que se atribuye a Picasso: “Tener mucho dinero para vivir tranquilo como los pobres”, no carece de sabiduría evangélica. Dios nos lo da todo para que tengamos lo que necesitamos para nuestras necesidades y, puesto que su providencia amanece sobre nosotros con el sol de cada mañana, no necesitamos acaparar. De nuevo acudimos a la sabiduría paulina en su carta a los corintios: “En consecuencia, que nadie se gloríe en los hombres, porque todo les pertenece a ustedes: Pablo, Apolo o Cefas, el mundo, la vida, la muerte, el presente o el futuro. Todo es de ustedes, pero ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios” (I Cor 3, 21-23).

 

 

 

 

 

1 comentarios:

Blogger dijo...

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