NOVIEMBRE---MES DE LOS DIFUNTOS
“Dios es Dios de vivos, pues para Él todos están vivos”
(Lc 20, 27-38).
A pesar de estas palabras de Jesús, nos gusta recordar a nuestros seres queridos que
nos han dejado -decimos-, con una mezcla de dolor y nostalgia. Pero sabemos que la
meta de esta vida temporal es la muerte, una meta que no es el fin de la carrera sino
más bien de una etapa, de nuestra existencia en esta tierra que nos vio nacer.
¿Qué pensamos de nuestros queridos difuntos? Las ideas que se manejan en general
están entre la ignorancia y la duda. Cuando preguntamos a alguien, que está
celebrando todavía el 25 aniversario de muerte de alguien muy querido, sobre qué
piensa que habrá sido de él: si estará ya en el cielo o estará sufriendo las
llamas del
purgatorio, todos dicen que creen que creen que está en el cielo.
Efectivamente, por ello, el celebrar a nuestros difuntos no es tanto para seguir
ofreciendo Misas por su
eterno descanso, expresión que ya ha adquirido un sentido
medio dramático, sino más bien para recordarlos con cariño y agradecimiento a Dios
por haberlos tenido con nosotros, haya sido durante muchos o pocos años.
A LAS PUERTAS DE ADVIENTO
El último domingo de este mes nos trae la gran noticia de que se acerca la Navidad, y
hay que prepararse. Fueron siglos incontables los que la humanidad esperó que se
cumpliera la promesa de salvación que Dios había hecho a la humanidad (Gn3, 15).
Nuestra preparación será solamente de cuatro semanas.
En torno a un niño que nace en la familia se reúnen todos; esa nueva vida trae a la
familia una inyección de energía, de alegría, de ganas de vivir. Eso ha de ser para
nosotros el Adviento que nos prepara a la Navidad: reunirnos para hacer fiesta, “la
fiesta de las fiestas”, decía san Francisco de Asís, pues el Hijo de Dios toma nuestra
condición mortal y se hace uno de nosotros. Podríamos suspirar de alivio diciendo:
“Ahora sí que Dios nos va a entender”.
Y, de hecho, las celebraciones de las fiestas, en las que celebramos los misterios
principales de la vida de Jesús es una oportunidad para hacer fiesta y, por tanto, para
reunirnos y así estar más unidos. De esa forma, el Adviento y la Navidad se convierten
en tiempos fuertemente evangelizadores: se anuncia la buena nueva del Nacimiento del
esperado Mesías, se habla de esperanza para toda la humanidad, y se habla de
reconciliación entre todos.
LA FAMILIA ESCUELA EVANGELIZADORA
Para nosotros en la Iglesia, la familia es la escuela fundamental de valores siguiendo el
ejemplo de la familia de Nazareth, en la que creció y se educó el evangelizador por excelencia:
Cristo, nuestro Señor. Así lo expresa el Evangelio:
“El niño crecía y se fortalecía llenándose
de sabiduría, y contaba con la gracia de Dios”.
Y cuando Jesús ya siente que es el momento
de iniciar su misión evangelizadora dirá, inspirado en las palabras del profeta Isaías:
“El
Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar la buena nueva a
los pobres…”
(Lc 2,40; 4, 18).
Por ello, podemos decir sin pecar de optimismo que la familia es la escuela de
evangelización, de la que la Iglesia puede esperar cristianos católicos comprometidos con la
evangelización en todos los ambientes en que tenga que vivir; de ella la Iglesia puede esperar
la germinación de vocaciones a la vida sacerdotal y a la vida religiosa, entregadas ambas a la
evangelización en las parroquias, en lugares de misión, en la tierra natal o en otros países.
Y ¿cómo lo hacemos? preguntarán algunos padres de familia. Puesto que todos los
valores importantes los aprendemos en la familia, el ejemplo será decisivo para sus hijos.
Acostumbrar a los hijos, desde pequeños, a leer el evangelio y encontrar en él las respuestas a
todas las inquietudes y responsabilidades de nuestra vida, enseñarles a orar con la Palabra de
Dios y compartir en familia el evangelio dominical, el ver a sus padres comprometidos en
alguna actividad parroquial, sobre todo evangelizadora, todo esto, y otras iniciativas familiares
en esta línea, harán posible que los hijos aprendan que
esta misión es parte constituyente de
nuestro ser cristianos católicos.
La familia es la escuela,
la familia es el hogar,
la familia es la cuna,
la familia es el lugar,
donde se aprenden y viven,
se heredan y se asumen
los valores humanos,
cívicos y religiosos.
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